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jueves, 14 de septiembre de 2017

La trayectoria moderna en que la economía política se convierte en nuestra teología cotidiana

La teología como punto de partida para otras estructuras de conocimiento humano, como la política y la economía, la axiología y la cultura es un tema ineludible en las ciencias sociales y los procesos históricos del pensamiento. Desde la óptica moderna ha sido elaborado a través de los llamados clásicos de la sociología (Marx, Durkheim, Weber) y posteriormente ha sido enriquecido por la filosofía contemporánea en los análisis de Walter Benjamín, Michel Foucault y Giorgio Agamben en torno a los conceptos de biopolítica, biopoder y de teología económica.
Tomaremos como referencia a todos estos autores en el recorrido de la teología como elemento constructor de la economía, pues sus propuestas conceptuales solidifican un terreno apto para identificar los actuales fenómenos culturales que se dan en este autogobierno que plantea la esfera económica para los individuos y para la sociedad en sus relaciones de intercambio material y simbólico, especialmente en torno a la economía política.
Ya Karl Marx mencionaba la necesidad de superar la religión a partir del dominio de las relaciones sociales de producción, pues el carácter ilusorio de las concepciones de mundo derivadas de la influencia teológica son -a su juicio- un ingrediente clave para la enajenación del hombre en sus relaciones intersubjetivas y objetivas, con lo cual se crearían las condiciones para que exista una "conciencia autopositiva".
En la introducción para la "Crítica de la filosofía del derecho de Hegel", Marx resume la dinámica de esta ontología en torno a la religión: "El fundamento de la crítica religiosa es: el hombre hace la religión, y no ya, la religión hace al hombre. Y verdaderamente la religión es la conciencia y el sentimiento que de sí posee el hombre, el cual aún no alcanzó el dominio de sí mismo o lo ha perdido ahora. Pero el hombre no es algo abstracto, un ser alejado del mundo. Quien dice: "el hombre", dice el mundo del hombre: Estado, Sociedad. Este Estado, esta Sociedad produce la religión, una conciencia subvertida del mundo, porque ella es un mundo subvertido. La religión es la interpretación general de este mundo, su resumen enciclopédico, su lógica en forma popular, su point d'honneur espiritualista, su exaltación, su sanción moral, su solemne complemento, su consuelo y justificación universal. Es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene una verdadera realidad. La guerra contra la religión es, entonces, directamente, la lucha contra aquel mundo, cuyo aroma moral es la religión".
Marx identificaba el papel concreto que tenía la religión en los comportamientos sociales del hombre, siendo un ingrediente para la constitución de sistemas simbólicos, políticos y económicos que interactúan entre sí. La religión es un componente dentro del ser social del hombre. Es una pieza clave que La Haya entendido como "la conciencia y el sentimiento que de sí tiene el hombre", porque esto despeja el camino para desentrañar la influencia de la teología en los campos del derecho y de la economía.
La relación entre los supuestos de la teología su derivación a la economía política como un conjunto de procedimientos adquiridos por el hombre, mediante el conjunto de saberes producidos en la práctica social es advertida por Marx y también tratada sistemáticamente por Emile Durkheim, quien en su obra "Las formas elementales de la vida religiosa" señala que "toda religión, en efecto, tiene un aspecto que supera el círculo de las ideas propiamente religiosas".
Para él la religión supone un elemento que va más allá de los aspectos sobrenaturales o metafísicos, pues contiene un germen de organización social, mediante un sistema de creencias y rituales que se impregna en las prácticas cotidianas e inciden en las formación de instituciones y concepciones de mundo, pasando por un filtro de otra racionalización, la cual "suponen una clasificación de las cosas, reales o ideales, que se representan los hombres, en dos clases, en dos géneros opuestos, designados generalmente por dos términos delimitados que las palabras profano y sagrado traducen bastante bien".
"La división del mundo en dos esferas que comprenden, la una todo lo que es sagrado, la otra todo lo que es profano, tal es el rasgo distintivo del pensamiento religioso; las creencias, los mitos, los dogmas, las leyendas son o representaciones o sistemas de representaciones que manifiestan la naturaleza de las cosas sagradas, las virtudes y los poderes que les son atribuidos, su historia, sus relaciones entre sí y con las cosas profanas. Mas no hay que entender por cosas sagradas simplemente esos seres personales llamados dioses o espíritus; una roca, un árbol, un manantial, una piedra, un trozo de madera, una vivienda, en una palabra, cualquier cosa puede ser sagrada", sostiene Durkheim.
Es así como en la concepción moderna de la economía política se identifican aspectos que tienden a sacralizar el saber económico desde el punto de vista de ciertos discursos que son realizados por la especialización de la división del trabajo, entre aquellos que manejan los medios de producción, de los cuales nacen -entre otras- las llamadas ciencias empresariales del management, a fines del siglo XIX, enfocadas a resolver y perfeccionar los esquemas de la producción y productividad del trabajo. Surgen los economistas como sacerdotes, guardianes de estos saberes, en que es necesario acceder a un círculo para adquirir este conocimiento, el cual no está al alcance de todos. Se crean de esta forma las condiciones para lo que Foucault llama el poder pastoral, el cual se concentra en la esfera de la economía política.
Posteriormente Max Weber advierte la existencia de una sincronía entre capitalismo y religión, relacionando la mentalidad económica con los imperativos morales. Identifica un paso, una transición entre la vocación del autogobierno de sí mismo a partir de principios religiosos, especialmente cristiano-protestante, con el concepto de "beruf", al que define como "la creencia de una misión impuesta por Dios", relacionada con una "posición en la vida" y un tipo "concreto de trabajo" que realizan los hombres, es decir "en la conciencia del deber en el desempeño de la labor profesional en el mundo".
Weber elabora la definición de este concepto al referirse a la concepción luterana de la profesión, dentro del capítulo III de su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo", donde señala que la obra de Lutero "se vuelve a cada paso más clara la concepción de que el ejercicio de una profesión específica se convierte en una especie de mandato que Dios destina a cada quien, exigiéndole continuar en el estado en que se encuentra situado por disposición de la Divina Providencia".
La relación de lo teológico con lo económico es explicada por Weber cuando señala que el objetivo de su investigación es "clarificar la envoltura externa conferida por ciertas ideas religiosas al argumento del desarrollo de nuestra civilización moderna, la cual fue encauzada en un determinado sentido terrenal y profano por obra de un sinfín de motivos históricos".
Un paréntesis en el paso de los clásicos y el análisis contemporáneo está marcado por Walter Benjamín. En su escrito "El capitalismo como religión" plantea que el capitalismo "no es sólo una formación condicionada por la religión como lo piensa Weber, sino un fenómeno esencialmente religioso", donde la culpa juega un rol fundamental como veremos más adelante.
El paso de la vocación y la profesión específica implica un proceso de racionalización del mundo, donde el ordenamiento y sistematización se realiza con el propósito de aumentar los márgenes de predictibilidad y control del hombre en varios ámbitos de actividad, siendo la economía uno de ellos. Dentro de este proceso Weber plantea el impacto de fenómenos como la desmitificación de la vida, la tecnocratización de organizaciones y la acción individual.
Años más tarde Michel Foucault profundizaría esta relación con su concepto de biopolítica, entendida como una forma de continuación de la teología, que también adquiere su forma bajo la idea moderna de economía, lo que implica la ruptura y surgimiento de epistemes, campos de saber y poder, en que se configuran dispositivos como los de la gubernamentalidad.
Como recuerda Foucault en sus clases dada en el College de France, recogidas en la obra "El nacimiento de la biopolítica", durante el medioevo hasta el siglo XVII, el mercado era "un lugar de justicia". ¿la razón?. Estaba repleto de reglas estrictas sobre el origen de los productos, la forma en que se hacían, los derechos de pago y una fijación de precios equilibrada para la oferta y demanda. Era es el procedimiento y no la "mano invisible" la que le daba sus latidos al mercado en los pueblos europeos al menos. Foucault pasa así a identificar al mercado como un "lugar investido de reglamentaciones", un lugar de justicia distributiva, en el sentido de que debía asegurar la "ausencia de fraude", o sea en que el riesgo no lo asumiera desequilibradamente el comprador. ¿En qué momento histórico se perdió esto?, hasta que surgen las tesis naturistas y espontáneas, que también dicen tener sus "precios justos", aunque son el producto de sus propios procedimientos de control, por mucho que traten de negarlo. Y aquí nuevamente la economía política se muestra como heredera de la teología: "el mercado debe revelar algo semejante a la verdad", dice Foucault, con lo cual el naturismo queda en condiciones de afirmar o negar, verificar o negar, una práctica gubernamental. El mercado entonces pasa a ser un lugar de veridicción, un conjunto de reglas que permiten identificar las características de lo que es verdadero o falso. Esto entonces viene a quitarle el lugar preeminente que tenía la teología como campo de relaciones entre lo sobrenatural y el quehacer humano.
Foucault recuerda que el concepto de Adam Smith de "la mano invisible" es considerada como un "residuo teológico del orden natural": "Smith sería el individuo que, por medio del concepto de mano invisible, habría fijado en forma más o menos implícita el lugar vacío, pero pese a ello secretamente ocupado, de un dios providencial que habitaría el proceso económico, casi como el Dios de Malenbrache ocupa el mundo entero y hasta el más mínimo gesto de cada individuo a través de una extensión inteligible de la que posee el dominio absoluto. La mano invisible de Adam Smith se asemejaría al Dios de Malenbrache, pero en su casola extensión inteligible no está poblada de líneas, superficies y cuerpos,sino de comerciantes, mercados, buques, transportes, grandes caminos".
Un concepto clave en el análisis foucaultiano que refleja el tránsito de lo teológico a la economía política es el del "poder pastoral", definido como un prolegómeno de la gubernamentalidad moderna a través de dos maneras: "Por los procedimientos propios del pastorado, su manera, en el fondo, de no poner en juego pura y simplemente el principio de la salvación, el principio de la Ley y el principio de la verdad, por todas esas diagonales, para decirlo de algún modo, que instauran bajo la ley, bajo la salvación y bajo la verdad otros tipos de relaciones. El pastorado, entonces, es de esa forma un preludio a la gubernamentalidad".
El poder pastoral supone la economía de las almas, concentrándose en la conducta de los hombres, relacionando las ideas de la salvación con la obediencia, bajo la figura de la razón de Estado moderno que condensa las manifestaciones de pastorado y gubernamentalidad, mediante una racionalidad "que permitirá mantener y conservar el Estado desde el momento de su fundación, en su funcionamiento cotidiano, la gestión de todos los días". El poder pastoral entonces se reconoce por el "control de la actividad de los hombres como un elemento constitutivo de la fuerza del Estado".
El poder pastoral opera gobierno de las conciencias a partir de la naturalidad de los procesos económicos de la producción y del mundo del trabajo, cuyas necesidades son susceptibles de caer en el control del pastorado económico que, a través de un conocimiento científico que pretende validarse como racional, técnico y neutro ideológicamente, con los economistas que se ponen los ropajes sacerdotales, mediadores entre los hombres y el dios de la economía política.
La economía como elemento de la gubernamentalidad supone el arte de dirigir, orientar y manipular que caracteriza al poder pastoral, uno de cuyos saberes es la publicidad y el marketing que apuntan a especificidades individualizadas.
Hasta que se llega al trabajo de Giorgio Agamben, quien en su "saga" de Homo Hacer, elabora un trabajo más profundo sobre la teología económica. En occidente el gobierno tiene su propia elaboración de liturgia, con sus correspondientes formas de ritualidad, la cual está enfocada desde la economía política. El griego oikonomia de donde etimológicamente viene la economía implica la gestión doméstica, la administración cotidiana de los recursos, lo que connota un gravitante componente político de control. Según Agamben, de la teología económica del cristianismo deriva la biopolítica moderna "hasta el actual triunfo de la economía y el gobierno sobre todo otro aspecto de la vida social".
"El hecho de que el viviente creado a imagen de Dios se revele, al final, capaz no de una política, sino sólo de una economía; el hecho de que la historia sea entonces, en última instancia, un problema no político sino "de gestión" y "de gobierno", no es, en esta perspectiva, otra cosa que una consecuencia lógica de la teología económica", plantea Agamben. Este tipo de racionalidad apunta al individuo, desde el examen de sí mismo en que se sostiene la teología hacia la administración de sí mismo, lo que apunta al self made man, el "hombre hecho a sí mismo", pilar ontológico de la economía política y su armado de saberes inscrito en el liberalismo. La idea de administración propia del individuo conlleva una principio y finalidad de trascendentalidad en la vida misma de los sujetos de gobierno. Ser capaz de poder administrarse abre las puertas a otros campos en el recorrido de experiencias del hombre: el financiamiento, la adquisición de nuevos saberes dentro de los campos de la economía política, como el management, el marketing estratégico, la maestría en la administración de negocios, etc. La administración de sí mismo es inmanente en los hombres, coincidiendo con las tesis naturistas de la economía política. La vocación de Weber se racionaliza en este principio administrativo de la oikonomia a través de devenir práctico-productivo de los hombres. En este principio ordenador de la oikonomia la providencia se reduce a la voluntad soberana del hombre mismo, como una extensión encarnada de Dios. El hombre se reconoce a sí mismo como agente productor de trabajo, de ingresos, inmerso en un mundo mediado por una gubernamentalización que parte desde el individuo mismo, pero que requiere de un poder pastoral que lo guíe en la toma de decisiones económicas para satisfacer sus necesidades de supervivencia a través del trabajo. La economía de las almas pasa por el reconocimiento de un orden económico es capaz de entregar bienes y servicios. Estar fuera del rebaño que supone este lugar de verificación significa caer en la condenación. La soterología, la salvación está dictada por el gobierno de la economía política, siendo esta la economía de la salvación, mientras que quedar fuera del rebaño del pastor implica caer en una economía de la culpa, cuyos elementos son entregados por Walter Benjamín, a través de la preocupación de no caer en la insolvencia, en la pobreza, en la mendicidad. Se produce una retroalimentación entre esta economía de la culpa con la de salvación y viceversa. Se puede ser apóstata y salir del rebaño del gobierno de la economía política o se puede ser un converso, volver al rebaño, como la parábola del hijo pródigo que vuelve al padre mercado para saciar sus necesidades en un lugar de confort.
El gobierno de la economía política supone una serie de dispositivos de poder y saber que circulan en la práctica que realiza cada individuo, los cuales son mediadores entre los límites de la salvación y de la culpa, entendidas como comportamientos económicos. Esta gubernamentalización también genera mecanismos como la elección entre ser salvo o culposo económicamente. Dentro de estos mecanismos está el llamado dispositivo financiero del crédito como generador de deuda, el cual entrega una oportunidad de salvación que queda a disposición del individuo mismo en torno a la administración que haga con estos "talentos", los cuales -a su vez- también pueden ser despilfarrados, perdiendo la oportunidad de ser salvo, para caer en la condenación de la culpa, que se manifiesta en las deudas impagas.
Otro elemento que habla de la economía política como nuestra teología se genera a nivel simbólico. Ya no son solo los billetes que Walter Benjamín veía como el culto a las imágenes, como el resultado del espíritu que habla en la ornamentación de estos papeles de valor, sino que ahora se trata de fenómenos ampliados a gran escala en la cotidianidad de los individuo, como por ejemplo son el lugar que han ocupados los días comerciales que festejan ciertos platos de comida, según el calendario, los cuales compiten con los onomásticos del mundo católico que celebran los nombres de ciertos santos en el año calendario. Las profesiones son recordadas con una lógica comercial en este el carácter cultual de la economía política, en que conmemorar es equiparado a regalar, o sea en derivar a todo lo que sea un acto de compra.
Ser catalogado de sujeto de crédito, mediante las categorías de ciertos niveles de riesgos, es otra tarea del poder pastoral en la vida económica cotidiana: el idóneo lo será siempre hasta que no ver mermada su capacidad de pago. Aquí está el poder de juzgar del mercado como lugar de verificación. Quién paga es definido como lo verdadero ante la evidencia, mientras que el moroso es llevado a una especie de purgatorio, de suspensión temporal del reino de la economía política, hasta que se termine de pagar hasta la última moneda para salir de ese lugar de culpa y así tener la opción de volver a la salvación del "buen pagador".
En el día a día se ha instalado en el sentido común la idea de "salvarse" económicamente, lo que supone recurrir a las propias capacidades para lograr este cometido. La salvación depende de uno, pero opera con la gracia que entrega el gobierno de la economía política, por lo que la toma de decisiones de los individuos los lleva a elegir binariamente el camino a tomar, pues la economía se ha transformado -desde un punto de vista práctico- en el alfa y el omega determinante de las vidas modernas.

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