La hegemonía del pensamiento de
la derecha en Chile, que en los últimos años se ha acentuado con mayor fuerza
en los valores que pregona el modelo económico instaurado por la dictadura
cívico militar, nos plantea la necesidad de examinar el sistema simbólico y
cultural que genera en el imaginario colectivo el discurso de este sector.
Históricamente la derecha ha
incorporado el dispositivo del terror en su orden discursivo, apuntando a los
sectores populares que están más sujetos a la constante precariedad por los
ciclos económicos y a la seguridad física. Y el otro dispositivo del discurso
derechista es la eficiencia, en que la idea es que la opinión pública asocie la
solución de problemas reales a este sector, específicamente en la vida
económica y administrativa del país.
El antecedente histórico de este
dispositivo discursivo se manifestó con el gobierno de Jorge Alessandri
(1958-1964), llamado gobierno de los empresarios, donde se instaló un discurso
de eficiencia de carácter técnico y alejado de criterios político-partidista.
Algo similar de volvió a repetir en el discurso derechista en los año noventa
del siglo pasado, luego de la dictadura cívico-militar que implantó la derecha
entre 1973 y 1990. En este período surgió un tecno populismo, encarnado en la
figura de Joaquín Lavín a fines de la década, quien captó el discurso del gremialismo
de la UDI, desde donde el mensaje era que todo cambio a la institucionalidad
dejada en dictadura era un tema que le interesaba a los políticos y que no
solucionaba los problemas de las personas a nivel cotidiano.
Posteriormente a partir del año
2000 el dispositivo de la eficiencia en el discurso derechista cambia de manos,
pasando a Sebastián Piñera bajo la misma premisa: establecer un "gobierno
de los mejores", donde la eficiencia debe ser asociada con la visibilidad,
con el estar en terreno, sin importar que la solución a los problemas
estructurales nunca se realice.
La llamada eficiencia pregonada
en el discurso piñerista desplazó al concepto de equidad que había sido
instalado durante los diez años de los gobiernos Lagos y Bachelet entre 2000 y
2010. La dicotomía entre eficiencia y equidad económica todavía muestra un
conflicto axiológico al interior de la sociedad chilena, donde aún no aprecian
horizontes de dilucidación, pero que ahora está desequilibrando críticamente
las relaciones de dominio que surgen en los espacios públicos y en la
experiencia ciudadana, poniendo en un mismo plano el significado del concepto
de eficiencia con la reducción del aparato estatal y la desregulación de
algunas actividades del mercado.
La pretendida instalación del
dispositivo de la eficiencia por parte de la derecha en la opinión pública
local esta vez ha encontrado una mayor recepción por parte de la ciudadanía,
razón por la cual propondremos la obra de Michel Foucault “El Orden del
Discurso” (1970) como el punto de partida para intentar explicar las causas de
su triunfo en función de la practica discursiva sobre la efectividad en la vida
nacional. Según Foucault, las prácticas discursivas producen objetos u
elementos constitutivos que buscan penetrar en las relaciones culturales a
través de los denominados “objetos del discurso”. Estos objetos son aquellos
elementos, ejes conceptuales, dispositivos o artificios, “de los que se habla a
todas voces” en un determinado “régimen de existencia”. En el caso de Piñera, la
circulación de su orden discursivo gira en torno al objeto de la eficiencia, en
una dinámica reproductiva que ya encontró eco en el nivel ideológico del
sentido común, específicamente en casos de catástrofes naturales que afectan a
la población o a accidentes puntuales que impactan en la opinión pública.
De este proceso deriva una micro
circulación que se materializa a través de los seguidores y partidarios de este
sector político-ideológico, en sus relaciones cotidianas dentro del tejido
social que tienden a relacionarse en las prácticas culturales o cotidianas de
la ciudadanía, ya sea en apoyo o en oposición al nuevo gobierno. En otras
palabras, la circulación del dispositivo de la eficiencia en el discurso de la
derecha no debe interpretarse como “irrupción en la subjetividad pura” -como
afirma Foucault-, sino que debe ser entendida como un espacio de posiciones y
de funcionamientos diferenciados por los sujetos. Esta idea es esencial si
deseamos comprender los alcances del nuevo eje conceptual en el discurso de la
derecha chilena, bajo una construcción “Foucaultiana”.
Ahora bien, ¿cuál es el punto de
partida de este nuevo dispositivo discursivo? Es desde la instancia del Estado
donde se pretende transmitir el ordenamiento discursivo de la derecha, el cual es
visto como “la madre de todas las eficiencias”, debido a los efectos
reguladores que posee en relación a los demás espacios de la vida pública.
Desde la perspectiva de Foucault,
podemos apreciar cómo la fuerza discurso de la derecha se enfoca en este dispositivo
de la eficiencia que no debe ser entendido como un simple texto a enunciar,
sino que debe ser visto como la aplicación de un ejercicio en todos los niveles
de prácticas empíricas o culturales. Foucault afirma que la fuerza del discurso
radica en la acción que este ejerce sobre otras acciones. En este sentido, el
Estado –como una de las máximas instancias ordenadoras de las experiencias de
los individuos- sería el punto donde se comienza a aplicar este ejercicio de la
eficiencia hacia las demás instancias públicas. De hecho, el dispositivo de la
eficiencia se transforma, como dice Foucault, en una madeja multilineal que
inicia a extenderse y a captar hacia otros espacios. De aquí se entiende
también las ideas de la derecha de darle mayor eficiencia energética al país.
El dispositivo de la eficiencia, de este modo, viene a ser identificado como la
panecea a las problemáticas empíricas con las cuales se enfrenta la ciudadanía.
Si consideramos la propuesta de
la "Arqueología del Saber" foucaultiana, el dispositivo de la
eficiencia propuesto por la derecha es abiertamente dinámico y no presenta una
línea de correspondencia unilateral hacia la opinión pública, pues una de sus
funciones es trazar distinciones binarias, ya sea en el bloque de gobierno que se
prepara a administrar el Estado como aquél que volverá a sus funciones de
oposición política. La eficiencia también deberá ser comprendida en la
totalidad de las relaciones cotidianas, en los códigos culturales de la
ciudadanía, ya que el discurso operan en un juego de fuerzas de “cosas dichas”
que se desarrolla en la cancha de las “posibilidades de experiencia” o, mejor,
dicho, a través de los códigos culturales. Ya hemos visto como estas fuerzas
dentro del campo de juego se manifiestan en los roles de analistas políticos y
economistas que han comenzado a circular el objeto o dispositivo de la
eficiencia como un rasgo fundamental.
¿Acaso es negativo o poco
recomendable que el concepto de eficiencia se instale con mayor fuerza en las
prácticas discursivas de un país en vías de desarrollo? Absolutamente no. De
hecho, el diagnóstico de agotamiento y desgaste en las prácticas de las
tecnoestructuras de la centro izquierda que ha gobernado el país es un realidad
aceptada transversalmente por parte de los actores públicos y la opinión
surgida en los espacios de experiencia de la ciudadanía. El problema de fondo,
sin embargo, es que el dispositivo de eficiencia esconde una estrategia
argumental respecto a la preminencia del mercado por sobre la incidencia del Estado
en la sociedad: El mercado es sinónimo de eficiencia por sobre el dispositivo
de la equidad que planteaba el Estado.
Y es que la elevación del
dispositivo de la eficiencia por sobre el concepto de equidad nos demuestra
cómo la derecha pretende ejercer un giro a las condiciones de dominio que
habían sido definidas desde 1990. Para entender esta nueva situación, debemos
ver cuál es la función del discurso desde Foucault: “La formación de los
discursos y la genealogía del saber deben ser analizadas no a partir de tipos
de conciencia, modalidades de percepción o formas ideológicas, sino más bien
como tácticas y estrategias de poder”.
La intencionalidad de hegemonizar
el discurso de acción política con el eje central de la eficiencia responde a
estas relaciones de juego, de dominio y disputa por la definición de lo real o
la inducción a la verdad ideológica que la derecha pretende instalar como una
centralidad a partir del dispositivo de la eficiencia. La carga hermenéutica de
este concepto es la idea de que el mercado aumenta las ganancias de sus
participantes sin perjuicio de nadie. De acuerdo a la lógica, todos los agentes
económicos serían beneficiados gracias a la eficiencia que presupone la
reducción del aparato estatal y sus funciones regulatorias. De este modo, la
eficiencia es la catapulta para el desarrollo del emprendimiento y la
innovación, dejando más espacio a la expansión de la actividad privadas sin la
presencia de este elefante blanco encargado de poner barreras a la utilidad del
capital.
En consecuencia, podemos decir
que el tipo de discurso implantado por la derecha encuentra su fuerza y
legitimidad en el tipo de direccionamiento estratégico que la ha otorgado al
concepto de eficiencia, anteponiéndolo al dispositivo de equidad porque, a primera
vista, son pocas los ciudadanos que se oponen al concepto general de la
eficiencia como objetivo empírico, especialmente en una sociedad como la
chilena que ha sido bombardeada simbólica y culturalmente por la oferta del
mercado y sus dinámicas. Eficiencia es sinónimo de competitividad, de
conquistar nuevas metas en la vida, algo completamente distinto a la carga
hermenéutica que le asigna la derecha a la equidad, la cual es vista como la
gran creadora del estancamiento de la vida económica, de acuerdo al discurso
ideológico del sector.
El encadenamiento de las
expectativas del mayor crecimiento económico y de la calidad de vida con el
dispositivo de la eficiencia ha generado una inclinación sociocultural hacia la
competitividad por encima de la cooperación económica. La hegemonía del
individualismo estaba dando gritos de parto para el nacimiento del dispositivo
de la eficiencia, ya sea desde la perspectiva de la psicología social como de
la sociología del bienestar. Según Foucault, el sujeto o los individuos no son
inmunes a la constitución de un determinado discurso ya que si este “consigue
algún poder, es de nosotros de quien lo obtiene”. En otras palabras, el
desplazamiento del eje desde la equidad hacia la eficiencia en el imaginario de
la vida ciudadana responde a las dinámicas de retroalimentación creadas por el
modelo de mercantilización en la estructuración de las necesidades de las
personas.
Foucault explica que la
construcción del dispositivo implica sobreponer una serie de prácticas en un
mismo plano. La tríada eficiencia-reducción del Estado-desregulación del
mercado ha sido planteada por la derecha desde el momento de instauración del
meta relato del proyecto neoliberal de los años setenta. Si a fines de esta
década, y durante toda la década del ochenta, el dispositivo utilizado por el
discurso de la derecha fue la cientificidad de la economía y sus decisiones
“neutras y racionales” para resolver los problemas del país, después de que la
centro izquierda accediera a la administración del Estado, se inició una nueva
relación de fuerza por el dominio discursivo entre la eficiencia y la equidad.
Con ello se demuestra que cada discurso de poder implica una práctica histórica
concreta que generan relaciones de fuerza y resistencia.
Si bien hasta el momento la
derecha ha dado inicio a la capitalización social de este dispositivo, la
perspectiva del post estructuralismo foucaultiano nos permite encontrar algunas
luces al final del túnel, como el “principio de reinversión” de todo
ordenamiento discursivo. Aquí entran en juego las operaciones de deconstrucción
expuestas por G. Deleuze en el análisis de los esquemas foucaultianos. Esto
significa que cada discurso enmarcado en un régimen de enunciación desde el
Estado puede ser contrarrestado por otros actores en los espacios de
circulación, oponiendo otros dispositivos en el campo de juego. Dichos actores
presentan un carácter interdisciplinario que aprovechan “pragmática de lo
múltiple” que entrega la epistemología de Foucault, por lo que nada está
perdido en el juego de las relaciones discursivas. La tarea dependerá de la
creación de otros dispositivos en los espacios empíricos de la ciudadanía,
reinvirtiendo el alcance del concepto de la eficiencia para vincularlo con la
cooperación en el ejercicio de las políticas públicas. Y, en este caso, las
organizaciones ciudadanas de la sociedad civil deben ir a buscar la pelota al
área rival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario