El acceso de la derecha al Estado
plantea una serie de dudas respecto al debate entre competitividad y regulación
laboral en Chile, particularmente en materia de protección social. Para todos
aquellos que confían en el ancla conceptual del cambio pregonada por el
Presidente electo, Sebastián Pinera, existe un punto de partida contradictorio:
Su Gobierno supone un cambio dentro de la continuidad en torno al actual manejo
del modelo económico implementado en los años setenta, cuyas condiciones de reproducción
fueron profundizadas por la administración concertacionista en los últimos
veinte años. En otras palabras, los anunciados vientos de cambios no implican
una discontinuidad de la estrategia económica de apertura e integración en los
mercados internacionales.
Si el motivo por haber votado por
el candidato de la derecha era encontrar una mayor sintonía entre las políticas
públicas y las aspiraciones del mundo laboral, un somero examen de la concepción
de mundo que sostiene la derecha respecto a este tema, nos mostrará las
dificultades de materializar este objetivo. Ello porque, a primera vista, este
bloque político histórica y sistemáticamente asocia los mayores costos
empresariales a la protección de los trabajadores. Este tipo de doctrina
liberal ultra ortodoxa plantea la reducción de costos con el objetivo de
aumentar la competitividad mediante la disminución de las prerrogativas de los
recursos humanos, ya sea en términos salariales o en algunos instrumentos de protección
como las indemnizaciones al momento del despido o cese del contrato.
En este sentido, existen varios
puntos ambiguos y poco esclarecedores en el Programa de Gobierno del Presidente
electo, Sebastián Pinera, respecto a este tema. El diagnóstico expuesto en este
documento se basa en el monolítico juicio de que la pérdida de dinamismo en la economía
nacional responde a las rigideces del mercado laboral introducidas por la
burocracia del Estado, razón por la cual se desprende la conclusión de aumentar
la competitividad de las empresas a través de la reducción de costos que, en la
práctica, a menudo se dirigen al factor trabajo. En otras palabras, se apunta a
una mayor desregulación para incrementar automáticamente las ventajas
competitivas de la empresa o, como indica el Programa, “la capacidad de emprendimiento”.
Las propuestas del futuro
Ejecutivo se manejan en un amplio nivel de abstracción sin precisiones en la
materia. Por ejemplo, dentro del conjunto de ocho macro soluciones propuestas
en el Programa para “aumentar las posibilidades de trabajo”, se plantea la
posibilidad de que los trabajadores puedan optar por una indemnización a todo
evento en vez de la actual cobertura en caso de despido. El octavo y último
punto expresa el deseo de perfeccionar el seguro de cesantía simultáneamente
con otorgar “la oportunidad a los trabajadores para sustituir una parte de las
indemnizaciones que actualmente pueden recibir en caso de ser despedidos, por
indemnizaciones a todo evento”. (Pág. 68).
La trampa es sutil y es casi
imperceptible, pero al plantear la posibilidad de “otorgar una oportunidad para
sustituir” se habla de darle un carácter opcional a este beneficio, lo que va
en línea con la doctrina ortodoxa neoclásica de que los programas sociales
obligatorios a los trabajadores redundan en ineficiencias y mayores costos. La
idea de cambiar la indemnización por años de servicio, transfiriendo sus
recursos a un seguro de desempleo más amplio y fuerte, es un punto cardinal en
el debate entre la flexibilidad laboral y la protección social. Según la visión
del extremismo ortodoxo de la derecha económica, los recursos liberados por el
fin de la indemnización por despidos se podrían agregar a las cuentas del
seguro de cesantía. Así lo sostiene el hermano del Presidente electo, José
Pinera, “el Gurù” criollo de la política laboral ultra ortodoxa, pues el actual
pago del empleador al trabajador por cese del contrato, a su juicio, impide una
mayor crecimiento y la creación de más puestos de trabajo. Su idea es crear un
seguro de desempleo “más fuerte”, como posteriormente ha proclamado Sebastián.
El establishment monolíticamente también
apela a la “flexiseguridad” creada en Dinamarca, donde la indemnización por años
de servicio pasó a engrosar las cuentas del seguro de desempleo. Hasta aquí va
todo bien para los partidarios de acabar con las indemnizaciones, sobre la base
de este modelo. Sin embargo, la ultra ortodoxia liberal omite una serie de
aspectos del sistema escandinavo que contradicen sus postulados doctrinarios (Aquí
podemos apreciar cómo los partidarios de la flexibilidad son bastante poco
flexibles en su ideología).
Efectivamente, la experiencia
danesa es paradigmática para la Unión Europea, pues plantea una suerte de
puerta giratoria al interior del mercado laboral, donde se contrata y despide a
los trabajadores sin restricciones. Este es el aspecto más destacado por la economía
laissez-faire de la derecha: reducen el concepto sólo al rasgo de la
flexibilidad y, de paso, omiten el sólido componente de seguridad social
alcanzado en este país, donde el 80% de la fuerza de trabajo está
sindicalizada, por lo que cada modificación a este modelo pasa por el diálogo y
la concertación social a través de conductos institucionalizados con un carácter
estratégico y no meramente funcional como ha sido visto en las famosas mesas de
diálogo social en Chile.
La ortodoxia económica tampoco
menciona que la gestión del seguro de desempleo está en manos de los
sindicatos, al igual que las pensiones privadas de los trabajadores
sindicalizados. La liberalización del despido ha incrementado el ritmo de
movilidad laboral en el mercado danés y no ha traído consigo la precarización
del empleo, como sucede en la mayoría de los países que adaptan ciegamente el
dogmatismo anti regulatorio. De hecho, esta visión ideologizada de las
relaciones productivas plantea que el fin de las indemnizaciones aumentará automáticamente
la creación de nuevos puestos de trabajo, cuando en Dinamarca el objetivo
principal de la flexiseguridad es darle dinamismo al mercado laboral: Cerca de
800 mil trabajadores cambian de empleo al ano y unos 250 mil puestos se
destruyen y crean en el mismo lapso de tiempo, razón por la cual el cese de las
indemnizaciones no ha producido un incremento en la creación de trabajo, sino
que muestra un efecto neutro.
Este último punto es de vital
importancia dentro del debate, pues el argumento de crear más empleo es
demasiado influyente, aunque muchas veces se sustente en fundamentos falsos.
Siempre se hace referencia a los “ruidos” o “distorsiones”, como el aumento de
salarios mínimos, mayor libertad sindical, cambios en las jornadas de trabajo,
para pedir mayor flexibilidad, impersonalizando los intereses de los
trabajadores. Ello es reconocido por el ex decano de Economía de la Universidad
de Chile, Joseph Ramos, en su obra “Flexibilidad y Empleo”, al indicar que las
rigideces advertidas por el convencionalismo de la ortodoxia liberal también
son compartidas por los trabajadores, los cuales “no valoran” este tipo de
iniciativas descritas más arriba. Esta “filosofía de la ciencia” económica
ortodoxa, en otras palabras pretende privilegiar los costos de los empleadores,
desechando la percepción del costo por parte de los empleados. Es decir, el
orden discursivo de este análisis es que toda restricción a la liberalización
de las relaciones laborales implica un perjuicio para los trabajadores y no un
beneficio. Esta es la libertad que auto adquieren los voceros de la ortodoxia y
las autoridades: suplantan las percepciones reales de los trabajadores con sus diagnósticos,
restándoles cualquier capacidad de decisión al factor trabajo. Bajo este tipo
de concepción de la realidad, podemos entender el por qué la flexibilidad a
secas nace coja.
Entre los impactos negativos que
denuncia el establishment económico y la derecha respecto a la indemnización es
limitar las capacidades de las empresas para adaptarse a las dinámicas
condiciones tecnológicas y organizacionales del comercio internacional. Si
embargo, el trabajo de Ramos (2007) muestra luces desconcertantes para la ecuación
mayor flexibilidad/mayor competitividad. “De hecho, cuando se examina la
relación entre flexibilidad laboral y competitividad se observa que hay una
relación positiva entre ambas variables, pero es tenue y muy suave. Si uno
compara USA con Alemania, la correlación parece fuertemente positiva. Sin
embargo, si uno incluye a Suecia, Finlandia, Brasil y México la relación se
diluye. En efecto, Suecia y Finlandia son entre las 5 economías más
competitivas del mundo – mucho más que Chile, y, sin embargo, tanto Finlandia
como Suecia tienen normas laborales significativamente más rígidas que las de
Chile; y Brasil y México son más flexibles que Chile (al menos según el Fraser
Institute) y sin embargo, son economías mucho menos competitivas. De ahí que si
bien mayor flexibilidad sí está relacionada con mayor competitividad, al
parecer a los valores de flexibilidad laboral de Chile una mayor flexibilidad
eleva la competitividad sólo en forma marginal”.
No es un misterio que la rotación
laboral del mercado chileno es bastante alta, incluso mayor que la de Estados
Unidos, como explica Ramos: “En los primeros 21 meses del nuevo seguro de
desempleo (octubre de 2002 a julio 2004), 1.000.000 personas fueron contratadas
en trabajos nuevos por las empresas, pese a que el incremento en el empleo asalariado
neto casi no subió en esos 21 meses! Es más, en el mismo período, 600.000
personas fueron contratadas en forma “indefinida”. Pese a ello, a los 6 meses
menos de la mitad seguía contratada. En otras palabras, las rigideces en
contratación no parecerían estar atentando significativamente contra la
contratación”. ¿Qué podemos decir al respecto? Básicamente que el tipo de
flexibilidad aplicada en Chile tiende a aumentar la precarización de la mano de
obra (un millón de empleos en un contexto donde la ocupación asalariada no
crece), en vez de incrementar las “rigideces” o “ruidos” que atentan contra la
competitividad.
Si el nuevo gobierno desea
conducir el debate acerca de la flexibilidad laboral para aumentar la
productividad deberá reconocer que la aplicabilidad del modelo está sujeta a
las características socio-culturales de cada mercado. Y aquí la realidad
chilena ni siquiera se ha puesto los panales: baja tasa de sindicalización,
falta de autonomía político-partidista del principal referente del sector
(CUT); bajo nivel de salarios, tanto para ocupaciones calificadas como
descalificadas; alta brecha de ingresos entre hombres y mujeres, así como para
los jóvenes; empresas que basan sus estrategias de competitividad sobre el bajo
costo laboral y no en la calidad de sus productos y servicios. El bajo nivel de
salarios redunda en la pérdida de calidad de los empleos en el mediano y largo
plazo.
Aunque el Programa de Gobierno de
la derecha incluye una serie de propuestas para fortalecer la red de protección
laboral, a través de la supuesta entrega de bonos por capacitación a los
trabajadores, no se específica el carácter de tales programas ni la lógica
subyacente para su funcionamientos. Hasta el momento, la única certeza es el
apego a la visión doctrinaria de ver a los programas de protección social y
laboral como un costo para las empresas que pueden reducir la competitividad
internacional. Otro hecho omitido por la derecha es la actitud negativa de
muchos empresarios en el campo microeconómico: El Programa de Piñera reconoce
el bajo nivel de inversión en capital humano, achacando este problema a la
escasa eficiencia del Estado en la focalización de los recursos, pero no se
menciona al receptor de estos beneficios que son los empleadores. Al considerar
la indemnización por anos de servicio como una carga negativa, no han visto los
potenciales beneficios que entrega esta norma a las unidades productivas puesto
que el costo de mantener a un trabajadores plantea la posibilidad de
adiestrarlo en el tiempo en determinadas tareas, con lo cual la norma
protectora sirve para la inversión en el largo plazo del capital humano. Es
comprobado empíricamente que los trabajadores en condiciones estables de empleo
en el largo plazo terminan identificándose con los objetivos de la empresa. En
Chile esto no se ha masificado.
El mayor problema es la distorsión
de la realidad que subyace en la doctrina ortodoxa del liberalismo económico.
Se consideran las regulaciones laborales como un impedimento a la
competitividad en el marco teórico de que el mercado funciona perfectamente,
sin fallas. Este discurso incrustado en el zócalo mental del empresariado
nacional deja como resultado que la capacidad de competir depende
exclusivamente de la reducción de los costos laborales, es decir de los
beneficios a los trabajadores. Poco se habla acerca de la necesidad de
replantear las estrategias de crecimiento empresarial en los mercados externos
a partir de la inversión en la calidad de los productos o en la reconversión
hacia productos con mayor valor agregado. Algo sobre esta temática se ha
comenzado a plantear en el sector frutícola que ha logrado catapultar a Chile
como el primer productor del hemisferio sur, pero sobre la base de mínimas
condiciones laborales, tanto en materia de salarios como de protección social a
los trabajadores.
En este sentido, en el orden
discursivo de la derecha, en general, y del Programa de Gobierno de Piñera, en
particular, no se reconoce que la actual disminución en la productividad total
de factores también responde a la deficitaria calidad de vida de los
trabajadores menos calificados y al bajo nivel de salarios de la economía
chilena, sobretodo en comparación con los demás países del OCDE. La idea de
asociar el cese del pago de indemnizaciones al momento del despido con la
disminución del desempleo es una falacia. Tanto los estudios de la OCDE, el
Banco Mundial y la OIT, cuestionan el simplicismo de ligar la desregulación
laboral con las ventajas comparativas. Entre 1990 y 1995, los salarios en el sector
industrial de Chile obtuvieron un alza promedio de 29%, por lo que el aumento
de los costos empresariales debido a la inclusión de normas protectoras al
trabajo, generó un aumento de la productividad que se tradujo en mejores
niveles salariales.
Una discusión adecuada en torno a
la flexibilidad laboral y el derecho a la protección social de los trabajadores
pasa inevitablemente por cambiar el swicht ontológico de la ortodoxia liberal
que todavía pretende resolver los problemas económicos bajo una mirada aséptica
lo social. Si en los países escandinavos el desarrollo de la flexiseguridad ha
obtenido frutos adecuados se debe considerar el aspecto consuetudinario de las
sociedades del norte de Europa: la flexibilidad laboral es vista como el
elemento propiciador de un mayor dinamismo en el mercado laboral y, por ende,
en la productividad. No está asociada a la disminución de las garantías
sociales de los trabajadores, aspecto que la derecha económica chilena no puede
superar y que no está zanjado ni especifìcado en su Programa de Gobierno.
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