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jueves, 29 de diciembre de 2016

La muerte de "famosos" vista desde la sociedad del espectáculo y la industria cultural

La muerte de personajes de connotación pública en el mundo del espectáculo y sus efectos en las redes sociales abre un nuevo marco de referencia para analizar la relación entre la industria cultural, la antropología en torno a la muerte, con sus distintas concepciones, y los mecanismos psicológicos que despiertan en los individuos en la era de la interconectividad.
A priori podemos plantear que la muerte de las figuras del espectáculo se enmarca en la sociedad de las imágenes propia de conceptos como sociedad del espectáculo, acuñado por Gyu Debord, y como industria cultural, hecha por la Escuela de Frankfurt en Max Hockeimer y Theodor Adorno. El hecho de la muerte se inserta en estos conceptos cuando se transforma en un objeto de espectáculo que cumple con las expectativas de la industria cultural. La muerte de un personaje famoso de la industria del espectáculo supone la presentación de una función, un show destinado a ocupar el tiempo de la audiencia, la cual -en este caso- se dedica a comentar el deceso del personaje público, pasando a formar parte del impacto que provoca la muerte.
Guy Debord, años después de haber escrito el libro "La Sociedad del Espectáculo", el poder del espectáculo es capaz de operar de acuerdo a las diversas actividades de la esfera social acumulando distintos tipos de espectáculos: "una política-espectáculo, una justicia-espectáculo, una medicina-espectáculo o tantos otros sorprendentes «excesos mediáticos»", donde también tiene espacio la muerte-espectáculo.
En este sentido las manifestaciones de congoja y estupor excesivo entre las partes de una red social frente a la muerte de un personaje del mundo del espectáculo no sólo refleja nuestra inmanente impotencia ante la muerte, sino que además retrata la orfandad a las que nos arroja constatemente la misma sociedad del espectáculo, presionando por buscar y encontrar alguna referencia que entregue sentido por una fracción de tiempo, hasta que venga otro vacío que afecte el ánimo del público para reiniciar la búsqueda. Esto es el eterno retorno del fenómeno. Personas comunes y corrientes mueren todos los días, pero la muerte pública recuerda a sus enlutados la subordinación con la cual se vive respecto a la influencia de la industria cultural, la cual -paradojalmente- afecta a muchos de sus autodenominados críticos, quienes viven su mini luto. Ello calza con el análisis de Debord, al recordanos que la "dominación espectacular ha educado a una generación sometida a sus leyes".
Esta forma de organización cultural supone la inclinación a ser partícipe del flujo informativo frenético, especialmente desde las vitrinas personales que son ahora las redes sociales. Todos mostramos algo para sentirnos integrados a partir de la opción y gustos personales, a ser parte de la vorágine de opiniones y comentarios personales, en un reino de intersubjetivización. Y el tema de la muerte no escapa a esta dinámica, debido a su condición omnipresente de la vida. 
Pero sepan los que se dicen críticos del capitalismo global que justamente la vulgarización es uno de los fenómenos subordinados a la industria cultural. Si bien cada persona es libre para poner lo que se quiera, la muerte pública los equipara a todos, al igual que a un producto de packing, por lo que la pretendida opción personal a la postre se convierte en un número más, como una línea de producción industrial, solamente que esta se expresa en seguidores y likes, terminando en ser parte del simulacro que también caracteriza a la cultura de la imagen y el espectáculo.
Baudrillard dice que simular es fingir tener lo que no se tiene y la vitrina de las redes sociales a todos nos tienta a mostrar que somos parte de la información circulante, cuando en realidad es ella la que nos posee por pequeños momentos. El simulacro remite a la ausencia, sinónimo de muerte. La ausencia de participar de forma real en los asuntos de la sociedad es un elemento fundamental de las redes sociales. La participación escrita simula una participación real y práctica que muchos preferirían hacerla en terreno. La muerte, con ello, se publicita en otro espacio de intersubjetividades.
Con el personaje público del espectáculo pasa algo similar: Se idealiza una apropiación personal de su figura a partir de los buenos momentos que entregó a cada uno de sus seguidores. Su desaparición retrotrae la nostalgia, activando emociones que pujan por estar en las vitrinas, por lo que cobra importancia participar en la expresión de duelo como parte de la condición humana. Sólo que es un momento fugaz, fusible como una ampolleta mala, que se enciende una vez para quemarse y ser reemplazada por otra. Si la conciencia reflexiva no se percata de esta dinámica supone el triunfo de la cultura desechable pop y de sus lógicas de producción. Es el fin del aura benjaminiana.

Desde la perspectiva del concepto de industria cultural el impacto que genera la muerte de personajes connotados del espectáculo se relaciona con la industria del entretenimiento y, en este marco, la muerte es encasillada bajo los principios de la comercialización o mercantilización. Ejemplo de esto es que, una vez que muere un cantante de música popular sus discos se empinan en las ventas, al igual que las películas en que haya participado un actor conocido recientemente fallecido. Las redes sociales también se encargan de entronizar la imagen de los recientemente muertos, con lo que se genera la retroalimentación entre la oferta y demanda en torno a la muerte. El recuerdo, la memoria se fusiona con los gustos personales para llevar al post mortem a la esfera del consumo, de acuerdo al interés de los grupos de personas en torno a una actividad: Si muere un futbolista conocidos los amantes de este deporta pondrán sus fotos en Facebook, Twitter o Instagram a la manera en que se hace en el velorio o funeral y los mismo ocurre con cantantes o actores, con lo cual también se transforman en una extensión del culto a las imágenes que practicaban los antiguos romanos y que fue heredado por el catolicismo. El valor simbólico de la muerte de un connotado del mundo del espectáculo, lleno de significados, es un tipo de industria cultural que reproduce los mismos comportamiento de las personas afectadas por el fin de la vida.
Bajo la mirada de la antropología la muerte de un personaje famoso toma los ribetes descritos por Edgar Morín en su trabajo "El hombre y la muerte", extrapolando este acontecimiento al culto del héroe cívico, siendo este un efecto de la industria cultural que cambia los antiguos roles de reconocimiento público, trasladándolo al campo del entretenimiento. Morín aquí encuentra los elementos religiosos que pasan a la exaltación al muerto público, la que se prolonga en las redes sociales como una de las posibilidades que permite el capitalismo global.
"Descubrimos aquí la inestabilidad de la moral cívica, que tiende a caer ya sea en una religiosidad heroica, ya sea en la mística de la comunidad, es decir a disolver la muerte individual, bien en una divinización, o en una integración en el interior del cuerpo cívico inmortal de la sociedad", sostiene el filósofo francés.

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