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domingo, 13 de noviembre de 2016

Elementos del modelo de economía civil de la escuela italiana: del homo economicus al reciprocans

La escuela italiana en el pensamiento económico tiene un lugar no poco relevante en la historia, pues a inicios del llamado renacimiento surgió un breve y particular período llamado el humanismo civil, donde en la mitad del siglo XV se formó una antropología económica configuradora de un orden social que posteriormente sentaría las bases para la moderna economía de mercado, cuyo pilar es el principio de intercambio.
La idea de la economía civil, que se desarrolló como modelo de organización económica en Italia durante el siglo XV encuentra su genealogía en el concepto de civitas acuñado en la cultura de la Roma antigua, en oposición al concepto de polis griega. El primer modelo de organización entendía la ciudad como un espacio abierto e inclusivo, con acceso a todos, mientras que la polis establecía la restricción entre diferentes categorías de ciudadanos, siendo elitista, además de considerar la separación aguas entre los miembros de la polis y los bárbaros (extranjeros), con un carácter excluyente. Esta lógica de la cultura romana se quedó impresa en los pilares de la economía civil, cuyo principal rasgo es la pluralidad de las organizaciones económicas en un esquema de circularidad donde coexisten el Estado, el mercado, con la lógica productiva-industrial, y la sociedad civil organizada con fines productivos.
Es en la experiencia histórica de la economía civil italiana en el siglo XV, desarrollada especialmente en la región de Toscana donde surgió la banca como un modelo cooperativo, influyendo siglos más tarde en la concepción moderna del mercado en torno a tres principios: el intercambio de valores equitativos; el intercambio redistributivo y el intercambio de reciprocidad. Este último fue uno de los que se perdió en el camino con el proceso de industrialización en gran escala, acompañado de las ideas de la escuela británica que hegemonizaron el concepto de la economía de mercado, desechando el principio de reciprocidad.
"Con la modernidad se afirma la idea según la cual un orden social, para funcionar, tendría necesidad únicamente de los dos primeros principios. De aquí surge el modelo dicotómico Estado-mercado: al mercado se le pide eficiencia, o sea producir la mayor riqueza que se pueda, con un vínculo permanente de los recursos y el nivel del conocimiento tecnológico; al Estado le espera, por su parte, la tarea de entregar la distribución de esa riqueza con el objetivo de garantizar a los ciudadanos niveles socialmente aceptables de equidad", indica Stefano Zamagni, economista italiano, en su ensayo "Felicidad y economía".
Según este pensador, en el principio de la reciprocidad "es vehicular la cultura de la fraternidad", donde el valor preferente es el donar gratuitamente, en vez del "dar para tener" o del "dar para deber".
Otro elemento que se destaca de la economía civil es el rasgo social del comportamiento económico, en que la noción de bienestar de los que ahora son llamados agentes económicos se sustentaba en el pilar de los bienes relacionales, en vez de los bienes materiales, producidos en cadena por la industria.
El tipo de humanismo civil que identifica Zamagni incorporó algunos componentes escolásticos (de la antigua filosofía griega y del cristianismo) que, sin  embargo, tuvo que coexistir con otras concepciones humanistas. "Las dos almas del humanismo (la cooperación civil-aristotélica y la individualista-platónica) generarían diferentes tradiciones en las ciencias sociales modernas: el del individualismo (ontológico), que se manifestará en el hedonismo y sensualismo del siglo XVII y que adquirió la economía neoclásica de finales del siglo XIX.
La cooperación civil de este humanismo considera la virtud en el espacio social de la ciudad, por sobre la virtud individualista. "La búsqueda personal, no de forma automática mágicamente se transforma en bien común: la búsqueda de objetivos particulares se convierte en estar bien social sólo dentro de la civitas: no hay economía civil sin leyes, instituciones y virtudes civiles(...)la civilización urbana, verdadero y propio modelo de orden social que se afirma en este período, hace posible que la búsqueda el interés individual no desencadene mecanismos de destrucción del tejido social, y que el mercado, vigilado y alimentado por otras formas de vida civil y espiritual son favorables y no en contra de la comunidad", plantea el análisis histórico de Zamagni.
Uno de los rasgos de este enfoque económico es que su operatividad se desenvuelve más fácil a nivel microeconómico, pues el principio del intercambio de reciprocidad en comunidades establecen relaciones más horizontales y de confianza social entre los agentes del mercado. La reciprocidad de un intercambio se relaciona directamente con el principio de la buena fe en el contrato civil, los cuales son hechos por los individuos.
La forma de la vida civil del mercado basada en bienes relacionales se define bajo la óptica de recuperar los principios de la escuela del humanismo civil como una "economía con el mercado", en vez de la "economía de mercado". Es en este contexto en que también la sociedad civil organizada tiene un rol primordial con el asociacionismo en torno a la producción, siendo las cooperativas una de las formas de organización económica que identifican a la economía civil.
Esto significa una concepción de la esfera pública con una contribución productiva en territorios determinados, entendiendo lo público no desde el punto de vista del aparato estatal. Tampoco se deja seducir por la filantropía aislada del privado que provoca asistencialismo en una menor escala a la que puede generar el Estado.
La corriente de la economía civil plantea un welfare civil, en que el mercado se arma con organizaciones empresariales que no admiten empresas con fines sociales que también crean valor agregado, lo que Zamagni reconoce como la pluralidad con organizaciones de la sociedad civil con fines productivos.
Esta concepción económica también gira en torno a la justicia contributiva, que se aplica en la regla del intercambio dentro del mercado bajo la premisa de que cada individuo-ciudadano, voluntariamente y en acuerdo con otros,  financia los bienes comunes de una comunidad, que no son los bienes públicos de la lógica del Estado, sino que son la entrega de condiciones reales que aseguran la existencia humana, como el uso del agua, el conocimiento y otros ejemplos. 
La economía civil reconoce un lugar para todos en el mercado y en la división del trabajo, no establece una distinción entre los más y los menos competitivos, ni tampoco apela a un sistema estatal asistencialista, con un poder burocrático en que el individuo pensante se convierte en un número más. La economía civil plantea una idea de sociedad en que se incluye lo que se denomina un tercer sector conformado por empresas y cooperativas sociales, siempre basado en el principio de reciprocidad, en que se reconoce el valor productivo en relación con el otro. Así se establecen relaciones productivas mutuas que fortalecen el tejido comunitario y social, mediante la acción voluntaria.  
Es así como la figura del "homo reciprocans", centrado en el pensar a partir de sí mismo con el otro emerge ante el "homo economicus", que piensa a partir de sí mismo para sí mismo.

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