La escuela italiana en el pensamiento económico tiene un lugar no poco relevante en la historia, pues a inicios del llamado renacimiento surgió un breve y particular período llamado el humanismo civil, donde en la mitad del siglo XV se formó una antropología económica configuradora de un orden social que posteriormente sentaría las bases para la moderna economía de mercado, cuyo pilar es el principio de intercambio.
La idea de la economía civil, que se desarrolló como modelo de organización económica en Italia durante el siglo XV encuentra su genealogía en el concepto de civitas acuñado en la cultura de la Roma antigua, en oposición al concepto de polis griega. El primer modelo de organización entendía la ciudad como un espacio abierto e inclusivo, con acceso a todos, mientras que la polis establecía la restricción entre diferentes categorías de ciudadanos, siendo elitista, además de considerar la separación aguas entre los miembros de la polis y los bárbaros (extranjeros), con un carácter excluyente. Esta lógica de la cultura romana se quedó impresa en los pilares de la economía civil, cuyo principal rasgo es la pluralidad de las organizaciones económicas en un esquema de circularidad donde coexisten el Estado, el mercado, con la lógica productiva-industrial, y la sociedad civil organizada con fines productivos.
La idea de la economía civil, que se desarrolló como modelo de organización económica en Italia durante el siglo XV encuentra su genealogía en el concepto de civitas acuñado en la cultura de la Roma antigua, en oposición al concepto de polis griega. El primer modelo de organización entendía la ciudad como un espacio abierto e inclusivo, con acceso a todos, mientras que la polis establecía la restricción entre diferentes categorías de ciudadanos, siendo elitista, además de considerar la separación aguas entre los miembros de la polis y los bárbaros (extranjeros), con un carácter excluyente. Esta lógica de la cultura romana se quedó impresa en los pilares de la economía civil, cuyo principal rasgo es la pluralidad de las organizaciones económicas en un esquema de circularidad donde coexisten el Estado, el mercado, con la lógica productiva-industrial, y la sociedad civil organizada con fines productivos.
Es en la experiencia histórica de la
economía civil italiana en el siglo XV, desarrollada especialmente en la región
de Toscana donde surgió la banca como un modelo cooperativo, influyendo siglos
más tarde en la concepción moderna del mercado en torno a tres principios: el
intercambio de valores equitativos; el intercambio redistributivo y el
intercambio de reciprocidad. Este último fue uno de los que se perdió en el
camino con el proceso de industrialización en gran escala, acompañado de las
ideas de la escuela británica que hegemonizaron el concepto de la economía de
mercado, desechando el principio de reciprocidad.
"Con la modernidad se afirma la idea
según la cual un orden social, para funcionar, tendría necesidad únicamente de
los dos primeros principios. De aquí surge el modelo dicotómico Estado-mercado:
al mercado se le pide eficiencia, o sea producir la mayor riqueza que se pueda,
con un vínculo permanente de los recursos y el nivel del conocimiento
tecnológico; al Estado le espera, por su parte, la tarea de entregar la
distribución de esa riqueza con el objetivo de garantizar a los ciudadanos
niveles socialmente aceptables de equidad", indica Stefano Zamagni,
economista italiano, en su ensayo "Felicidad y economía".
Según este pensador, en el principio de la
reciprocidad "es vehicular la cultura de la fraternidad", donde el
valor preferente es el donar gratuitamente, en vez del "dar para
tener" o del "dar para deber".
Otro elemento que se destaca de la economía
civil es el rasgo social del comportamiento económico, en que la noción de
bienestar de los que ahora son llamados agentes económicos se sustentaba en el
pilar de los bienes relacionales, en vez de los bienes materiales, producidos
en cadena por la industria.
El tipo de humanismo civil que identifica
Zamagni incorporó algunos componentes escolásticos (de la antigua filosofía
griega y del cristianismo) que, sin embargo, tuvo que coexistir con otras
concepciones humanistas. "Las dos almas del humanismo (la cooperación
civil-aristotélica y la individualista-platónica) generarían diferentes
tradiciones en las ciencias sociales modernas: el del individualismo
(ontológico), que se manifestará en el hedonismo y sensualismo del siglo XVII y
que adquirió la economía neoclásica de finales del siglo XIX.
La cooperación civil de este humanismo
considera la virtud en el espacio social de la ciudad, por sobre la virtud
individualista. "La búsqueda personal, no de forma automática mágicamente
se transforma en bien común: la búsqueda de objetivos particulares se convierte
en estar bien social sólo dentro de la civitas: no hay economía civil sin
leyes, instituciones y virtudes civiles(...)la civilización urbana, verdadero y
propio modelo de orden social que se afirma en este período, hace posible que
la búsqueda el interés individual no desencadene mecanismos de destrucción del
tejido social, y que el mercado, vigilado y alimentado por otras formas de vida
civil y espiritual son favorables y no en contra de la comunidad", plantea
el análisis histórico de Zamagni.
Uno de los rasgos de este enfoque económico
es que su operatividad se desenvuelve más fácil a nivel microeconómico, pues el
principio del intercambio de reciprocidad en comunidades establecen relaciones
más horizontales y de confianza social entre los agentes del mercado. La
reciprocidad de un intercambio se relaciona directamente con el principio de la
buena fe en el contrato civil, los cuales son hechos por los individuos.
La forma de la vida civil del mercado
basada en bienes relacionales se define bajo la óptica de recuperar los
principios de la escuela del humanismo civil como una "economía con el
mercado", en vez de la "economía de mercado". Es en este
contexto en que también la sociedad civil organizada tiene un rol primordial
con el asociacionismo en torno a la producción, siendo las cooperativas una de
las formas de organización económica que identifican a la economía civil.
Esto significa una concepción de la esfera
pública con una contribución productiva en territorios determinados,
entendiendo lo público no desde el punto de vista del aparato estatal. Tampoco
se deja seducir por la filantropía aislada del privado que provoca asistencialismo
en una menor escala a la que puede generar el Estado.
La corriente de la economía civil plantea
un welfare civil, en que el mercado se arma con organizaciones empresariales
que no admiten empresas con fines sociales que también crean valor agregado, lo
que Zamagni reconoce como la pluralidad con organizaciones de la sociedad civil
con fines productivos.
Esta concepción económica también gira en torno a la justicia contributiva, que se aplica en la regla del intercambio dentro del mercado bajo la premisa de que cada individuo-ciudadano, voluntariamente y en acuerdo con otros, financia los bienes comunes de
una comunidad, que no son los bienes públicos de la lógica del Estado, sino que
son la entrega de condiciones reales que aseguran la existencia humana, como el
uso del agua, el conocimiento y otros ejemplos.
La economía civil reconoce un lugar para todos en el mercado y en la división del trabajo, no establece una distinción
entre los más y los menos competitivos, ni tampoco apela a un sistema estatal
asistencialista, con un poder burocrático en que el individuo pensante se
convierte en un número más. La economía civil plantea una idea de sociedad en
que se incluye lo que se denomina un tercer sector conformado por empresas y
cooperativas sociales, siempre basado en el principio de reciprocidad, en que
se reconoce el valor productivo en relación con el otro. Así se establecen
relaciones productivas mutuas que fortalecen el tejido comunitario y social,
mediante la acción voluntaria.
Es así como la
figura del "homo reciprocans", centrado en el pensar a partir de sí
mismo con el otro emerge ante el "homo economicus", que piensa a
partir de sí mismo para sí mismo.
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